miércoles, 30 de noviembre de 2011

Nuestros Dioses, Saturnino Herrán


 
¿Qué significa nuestra ansia histórica, nuestras costumbres de aferrarnos a incontables culturas, nuestro deseo vehemente de conocimiento, sino la pérdida del mito, del hogar mítico, de una cuna mítica?
Friedrich Nietzsche.

El ser humano tiene la necesidad de pertenecer, es a partir de la familia donde se da cuenta que se debe de aferrar a una creencia  a partir de esta idea se va desarrollando sus ideales de pertenencia hasta llegar a formar una civilización y es por esto que crea los mitos para sus futuras generaciones.
Rollo May menciona sobre la necesidad de saber el lugar al que pertenecemos y en palabras de Edipo Rey  debo descubrir quién soy y de donde vengo…”, disponer de un mito del pasado es algo crucial para la identidad presente y, así obtener toda la verdad también para el futuro.[1]
Es con estas afirmaciones que podemos comprender la necesidad del ser humano por establecer su lugar de residencia y rescatar los mitos y leyendas de su civilización cualquiera que esta sea. El ser humano recurre a la metáfora y al símbolo para dar un significado a su propia existencia, ya que  cada pueblo construye y fomenta ideas de acuerdo a sus necesidades primordiales.
Para el proceso de integración en México, al concluir la Revolución de 1910, las ideas nacionalistas toman fuerza, especialmente alrededor de los ideales de igualdad social y de un Estado justo y soberano. Con la ayuda de grandes pensadores, como Vasconcelos, el nacionalismo cultural empezó a expresarse también en la pintura,  la cultura prehispánica  ocupó un lugar fundamental para  el  proceso muralista posrevolucionario. El  proceso no fue espontáneo sino que se debió a acontecimientos ocurridos al final del porfiriato,  así como en el momento de la revolución y después de ella.
Saturnino Herrán con sus estudios académicos y sus ideas renovadoras, realizó obras dedicadas al mestizaje como en  la criolla del mantón de 1915; en este  óleo que pertenece al Museo de Aguascalientes, hace su aparición una mestiza desnuda sentada sobre un gran mantón, en ella se puede ver la fusión cultural en medio de fachada barroca,  follajes mexicanos, así como fruta de la zona.
En El rebozo de 1916, usa una prenda femenina derivada del mestizaje para enredarlo en el cuerpo desnudo de su modelo, la cual sostiene en su mano una manzana que da en una actitud tentadora oferente, así como el  sombrero charro son elementos de esta fusión cultural.
En base a las idas de Ricoer que el mantón y el rebozo se transforman en   símbolos que utiliza Herrán para explicar la metáfora del mestizaje, ya que estas prendas tienen la misma función de envolver y resguardar la parte superior de las mujeres, además que son prendas simbólicas de la cultura española en el caso del mantón, y el rebozo[2] era una prenda utilizada por los prehispánicos.
La calidad compositiva y colorida de Herrán  no es espontánea sino al aprovechamiento de grandes maestros de la Academia como Antonio Fabrés[3] (1854-1936), Leandro Izaguirre[4] (1867-1941), Julio Ruelas[5] (1870-1907) y Germán Gedovious[6] (1867-1937).
 Al realizar el  tríptico Nuestros Dioses Antiguos (1913-1914) (imagen 1) donde  el tema vital es el mestizaje,  la fusión de los indígenas y los españoles en una sola religión, es evidente la metáfora de esta unión a través de los elementos ubicado  en el panel central en los que se encuentra la representación de la escultura de Coatlicue y emergiendo  del vientre aparece el cuerpo crucificado de Cristo. En un extremo los indígenas (imagen 2) con ofrendas, mientras en el otro se ubican los españoles y sacerdotes católicos orando (imagen 3).[7]

Si bien nunca logró plasmarlo, si se puede llegar a comprender todo el estudio que se requería para poder ejecutar un  mural. Lo que si se debe de rescatar y valorar es que Herrán trató el tema del mestizaje de manera muy consciente. En Nuestros Dioses logra interpretar la fusión de religiones, en los paneles laterales pone a las dos razas, la indígena y la española a manera de espejo, ambas en una conducta respetuosa se inclinan a su dios. Herrán logró resolver  la gran dualidad de Coatlicue, pues en ella representa la buena madre que se sacrifica para traer al mundo a su hijo, aunque aquí quien parece ser que trae a la  vida es a Cristo, el  símbolo de la  religión traída desde Europa. Pensando más en que se trata de dos religiones distintas, se puede llegar a deducir que se refiere al mestizaje como esta amalgama no únicamente biológica, sino religiosa y cultural que para esos momentos se estaba gestando como todo un acontecimiento de un futuro glorioso.
La Coatlicue representa el precio de la conquista, el cambio no sólo fue político sino cultural y religioso, la ingenuidad de los pueblos prehispánicos ocasionó que fuera más fácil para los españoles la colonización.  Sin embargo, posteriormente las ideas de Europa fomentaron  el nacionalismo y una nueva cultura llamada México.
Con estas ideas podemos llegar a comprender lo complicado de esta sociedad fragmentada y que el recatar del pasado es fundamental para la unificación. Este simbolismo que representa Herrán en su obra, se puede identificar con las ideas de Ricoeur en referencia al símbolo, siendo la Coatlicue el pasado y  Cristo el presente, lo que identifica al pueblo mexicano como mestizo, y que esta es la única manera que se puede llegar a ser una nación.
La escultura de Coatlicue estuvo escondida durante toda la época colonial y esto también se puede ver reflejado con:
…el antiguo testamento, el castigo más cruel que Yahveh podría infligir a un ser humano era borrar su nombre del libro de los vivos… este robo de identidad personal, esta destrucción de su mito, es un castigo espiritual que amenaza al carácter humano del esclavo incluso aunque su humanidad perista bajo la más brutales condiciones… [8]

Es por esto que el rescate del pasado era tan fundamental para los artistas y como la integración de la sociedad. Podemos identificar a la escultura de Coatlicue como el contacto de la tierra que era lo que se estaba fomentando, la integración nacional. La madre es el primer contacto de cualquier ser humano, es el primer hogar durante nueve meses, es por esto que el rescate de Coatlicue no solo como la buena madre sino también como la Gran madre es esencial como parte de la formación de México. Al encontrar nuestro hogar lo queremos exaltar y sentirnos orgullosos del mismo, por esto la reinterpretación del pasado, transformar a las deidades delas viejas culturas, en pilares de la nueva religión son fundamentales para el pueblo mexicano que requería ser único, a partir de lo mejor de las dos culturas los indígenas y  los españoles.
Es nuevamente el símbolo de los elementos lo que marcan a la  joven nación llevada por el gobierno a ver y valorar su pasado mítico.
Es en palabras de Rollo que :
El mito de nuestro pasado es un punto de referencia que debemos venerar. A diferencia del Holandés Errante, el mítico buque que nunca puede refugiarse en ningún puerto, habremos encontrado nuestro pasado; y esto en sí mismo es una garantía de poder amarrar en algún
puerto en un posible futuro.[9]

Es reconfortante el identificar como en la primera mitad del siglo XX, la
búsqueda de identidad y del pasado para consolidar a la nación tuvo un gran éxito, que favorezco a sentirse honrados de pertenecer a un país con un gran futuro que actualmente se podríamos tomar como ejemplo para recuperar la tolerancia y respeto a nosotros mismos.
La Coatlicue, para Saturnino Herrán es el soporte que carga el culto de los españoles, quizás también como una simbolismo que en un principio los indígenas escondían a sus dioses dentro del nuevo, para Herrán es el momento previo, los españoles están hincados, mientras que algunos indígenas se encuentran inclinados con la cabeza en el piso. Es  Coatlicue el cimiento donde los españoles apoyaron a su religión quitando a los indígenas sus ideas religiosas al decidir que sus dioses pertenecen al demonio y que la única salvación es seguir la religión católica.
Herrán encontró el medio indulgente de presentar un momento doloroso en los inicios de este país, la derrota de los aztecas, el triunfo de los españoles, los indígenas se presentan gallardos,  respetando  a su dios del pasado y recibiendo al nuevo;  los españoles usan a  Coatlicue de pilar dejándola atrás, para mostrarles el dios que nace a partir del dios que muere y en el que se debe de  creer.
Su obra contiene el fundamento temático del muralismo revolucionario que surgiría a principios de los años veinte, ya que perteneció a la misma generación de sus iniciadores como Roberto Montenenegro, José Clemente Orozco y Diego Rivera. Es gracias a su obra que permite diferentes lecturas de las condiciones históricas, políticas y sociales de su tiempo,  pero sobre todas las cosas, la necesidad de constituir una identidad nacional a partir de referencias con los personajes que plasma en sus obras.
La investigación polisémica en las obras de arte nos ayuda a identificar que Herrán realizó una confrontación de las culturas española y mexica, con la fusión de Coatlicue y Cristo,  esta transfiguración de las premisas mitológicas y fantásticas del modernismo en una poderosa alegoría del mestizaje, todo esto a partir de, la conquista como un  momento de transgresión para los indígenas que pierden su religión y formas de vida  por parte de los españoles y en consecuencia tener mitos y leyendas nuevas, para como toda nación joven encontrar un futuro prometedor.


[1] Rollo May, La necesidad del mito: la influencia de los modelos culturales en el mundo contemporáneo, Barcelona: Paidós, 1992, 78p.p.

[2] esta palabra no se integra dentro del diccionario de la lengua española hasta 1562.
[3] En 1902 la Academia de San Carlos decidió renovar sus técnicas con las del realismo que eran entonces populares e Europa. Llamaron a Antonio Febrés para tomar el lugar de Santiago Rebull para dirigir el área de pintura. Algunos de sus estudiantes fueron conocidos por desarrollar el movimiento posrevolucionario del arte mexicano. En 1907 volvió a Roma.
[4] Fue un pintor, ilustrador y maestro en la Academia de San Carlos. Se dedica a la pintura histórica donde favorece la critica liberal con pinturas como la Tortura de Cuauhtémoc (1892).
[5] Se educó la mayor parte de su vida en Europa gracias a una beca obtenida cuando fue alumno de la academia,  tuvo de maestros a varios artistas plásticos, como el pintor y grabador belga Félicien Rops, y en sus años en México impartió clases en la Academia.
[6] Impartió clases de claroscuro, colorido y composición  de la Academia de San Carlos, algunos de sus alumnos fueron Ángel Zárraga, Diego Rivera, Alberto Garduño, María Izquierdo, entre otros. 
[7] Toussaint Manuel, Saturnino Herrán y su obra, ed. UNAM, México 2ªed. 1990.
[8] Rollo May, La necesidad del mito: la influencia de los modelos culturales en el mundo contemporáneo, Barcelona :  Paidós, , 1992, 47p.p.

[9] Rollo May, La necesidad del mito: la influencia de los modelos culturales en el mundo contemporáneo, ed. Paidós, Barcelona, 1992, 49p.p.